lunes, 15 de agosto de 2011

Un tiempo de hamacas y de lunas

No recuerdo si me lo contaba o si me lo cantaba, pero siempre que cierro los ojos para evocar el pasado lo veo, sumido en un silencio de soles y de nubes, en una herencia de tiempo que desemboca en mis propias nostalgias…

     No recuerdo bien lo que cantaba, pero estoy segura de que eran canciones para ser evocadas en todos los tiempos. Así él susurraba melodiosamente sobre mis cabellos aquello que buscaba entre sus ropas: la niñez, la caricia de la madre, la mirada del padre…

     Él había construido la hamaca, había cortado la madera y elegido la cadena. Él me hamacaba cada noche de verano cuando la luna palpitaba encendida sobre la parra y los pájaros dormían en la entraña oscura de los árboles, y mi madre juntaba la vajilla de la mesa, y mi padre fumaba mientras observaba que mi cuerpo, pequeño y frágil, se abandonaba soñoliento entre sus manos de herrero y su voz de inmigrante.

     Él era así, auténtico, hosco, atravesado por el peso de quienes llegaron y nunca más volvieron; pero yo sé que la ternura lo había conquistado. Sabía cantar muy bien las canciones de su tierra, y yo había aprendido a participar de sus comidas, de sus costumbres, de la seriedad de su sonrisa y la devoción de sus canciones.

     Sigue cantando abuelo, …yo escucho todavía en noches de luna el cloqueo de las hojas de la parra, el desconcierto de algunos pájaros desvelados por la sonoridad del canto; sigue cantando abuelo…, yo recuerdo todavía la escena observada por mis padres, mis cabellos de niña enredados en el aliento de tus palabras, yo sigo conservando la abundancia de familia en el alma.…
 
Autora: Elbis Gilardi.
(El abuelo de esta historia es Andrés Göttier, el padre de mi madre: Elba Göttier de Gilardi)